“Si un pobre
come merluza... es que uno de los dos está malo”, afirmaba un dicho surgido en
los años del hambre de la postguerra española. La composición de las
estanterías de las grandes superficies de alimentación ofrecen un pulso sociológico mucho más preciso que los
estudios del CIS: la alimentación más cara se hunde, lo barato triunfa. Lo
confiesan los gerentes de los supermercados: el pollo se impone a la ternera y,
por supuesto, domina con soltura a la merluza fresca. La dependienta del
clubdelgourmet tiene tiempo para limarse las uñas.
Es un dato
insólito en Europa desde después de la II Guerra Mundial: gran parte de una
generación es más pobre que la anterior y se alimenta, no sé si peor pero,
seguro, más barato. Un paso atrás descomunal.
Hace solo
una década, los jóvenes se quejaban de ser prisioneros del mileurismo. Hoy
matarían por recuperar esta condición.
Y no estoy
tan seguro de que la mayoría de víctimas se pregunten el porqué de la situación ni
que estén dispuestos a exigir responsabilidades a los auténticos culpables.
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