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martes, 24 de enero de 2012

La tecnologia debería ser más humilde

El accidente del Costa Concordia nos recuerda de nuevo que vivimos entre una tecnología de riesgo. ¿En pleno siglo XXI no había en el barco un simple artefacto que alarmara de la cercanía de unos escollos junto a la costa? Podemos seguir en directo el cumpleaños de nuestro sobrino en Pekín pero no podemos detectar un fondo marino de unos pocos metros. Un coloso con 4.000 personas a bordo se va al garete por un despiste del capitán que cenaba con una señorita moldava. ¿Es creíble? ¿No había nadie más en el puente?

Tampoco parecía creíble que el avión de Spanair del accidente de Barajas de 2008 capotara porque los flaps del ala no se extendieron: un mecanismo  simple que casi podría funcionar con varillas de alambre. Hubo 150 muertos.  

Un Airbus de Air France se accidentó  aquel mismo año porque el hielo impidió el correcto funcionamiento de los anemómetros que medían viento y velocidad. Un prodigio de la última tecnología se desploma en vertical sobre el Atlántico por unas piezas no muy diferentes a otras que se venden en Leroy Merlin.

Creo que la tecnología no tiene sentimientos. Si los tuviera, la humildad tendría que estar entre los más intensos.

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