Una de las
polémicas navideñas de Barcelona es el belén municipal de la Plaça Sant Jaume.
Durante décadas, el Ajuntament ha expuesto las más diversas visiones del belén;
algunas muy innovadoras y creativas, con abundancia de detalles y guiños que
divertían a niños y mayores. Pero este año el belén ha sido sustituido por una
instalación que, bajo el título de alegoría navideña, presenta escenas
surrealistas, otras de misterioso simbolismo y la mayoría ni se sabe. Una obra
probablemente de gran nivel artístico pero que no corresponde en absoluto a las
expectativas de los visitantes porque es más digna de estar en una galería de
arte que en las calles que transpiran algarabía navideña. Los niños, muchos de
ellos llegados de otros barrios en busca del colosal belén de la Plaça de Sant
Jaume, muestran caras de decepción: “¿Pero dónde está el belén?”.
El caso no
deja de ser una anécdota ciudadana sin importancia pero visualiza el instinto
político de la alcaldesa Colau en particular y, en general, de las nuevas
fuerzas políticas que la han votado: el uso continuo, obsesivo y abusivo, del
gesto diferenciador, el gran afán por enterrar todo cuanto les ha precedido
porque es viejuno.
El episodio del belén
trasluce una esotérica visión laicista de la iniciativa municipal, unas
sorprendentes ganas de demostrar que “a nosotros no nos va la religión y mucho
menos la Iglesia”, sin ni siquiera pensar que una inmensa mayoría de la gente
que visita el belén de la Plaça de Sant Jaume son, al menos, tan laicistas como
ellos pero consideran que el conjunto de figurillas con nieve de mentira forma
parte de la cultura navideña al mismo nivel emocional que los canelones hechos
con “carn d’olla”.
Imagino que
algunos responsables institucionales de nuevo cuño se levantan temprano
pensando cómo diferenciarse de la “vieja política”, lo cual no es malo en sí
mismo pero, lamentablemente, el cambio se inclina más hacia gesto que a la
acción. Gran parte de la política institucional se sustenta hoy con camisetas
de eslogan, discursos rufianescos compuestos con “memes” encadenados uno tras
otro, exhibición de cartelitos en los escaños i gags televisivos como besos
sorprendentes o bebés en los hemiciclos. No se invierte la misma energía y
creatividad en la creación de empleo, la creciente desigualdad, la proyección
internacional o la modernización tecnológica.
Me temo que se impone la máxima
lampedusiana: “Es preciso que todo cambie para que todo siga igual”. Y muchas
cosas no deben seguir igual. El belén de la Plaça de Sant Jaume, sin embargo,
sí.