Con Fidel Castro en el Palacio de la Revolución de La Habana en enero de 2000 |
El día de la
muerte de Franco se disparó hacia arriba la curva del consumo de cava en
España. No creo que ocurra nada parecido hoy en Cuba porque el cava allí no
abunda como tampoco los billetes de pesos CUC (los convertibles) en los bolsillos
de los cubanos. El conocido ingenio de los cuentapropistas del lugar resolverá la
situación de la mejor manera posible. Seguro. De hecho, se canta una canción de
Carlos Puebla sobre una frase de José Martí: “Nuestro vino de plátano, aunque
sabe a agrio, es nuestro vino”.
Junto con
muchos de mis coetáneos estuve fascinado por la Revolución Cubana, tanto por su estética como por su fondo. En el
año 2000 tuve la oportunidad de manifestárselo personalmente a Fidel Castro: “Comandante,
pertenezco a una generación que a los dieciséis años pegó en su cuarto posters con
su figura y la del Che con sentimiento de admiración”. Con fina sorna me
respondió: “…Y a los veinte los cambiaste por la foto de Brigitte Bardot en
bikini...”.
La
Revolución Cubana era entonces fantástica: el comunismo dejó de asociarse con estepas
siberianas nevadas y con gélidas estancias en Moscú; se instalaba entre
cocoteros, calidez ambiental, playas maravillosas y gente alegre capaz de
bailar sones que luxaban la cadera de cualquier extranjero. La gran felicidad
del ser humano.
Todo iba bien
hasta que el reloj se paró y no dio ni un segundo más. El mundo, sin embargo, evolucionó
para bien y para mal. Castro, amenazado y bloqueado por los Estados Unidos,
organizó la resistencia de un pueblo parapetado tras la barricada para defenderse
de los agresores. Hubo, efectivamente, agresiones, algunas muy graves. Luego el
enemigo se aburrió y se entretuvo con otras luchas más rentables; pero la
barricada siguió allí, con sus turnos de guardia y racionamiento. Y el reloj
sin avanzar.
Castro fue
un genio del siglo XX, muchos lo vituperaron por la falta de libertad de su
régimen, los mismos que acuden a postrarse ante los mandarines chinos, en cuyas
cárceles rebosan presos políticos y se ejecuta a disidentes, pero han abrazado
el capitalismo más feroz. Fidel constituye el mito de un tiempo contemporáneo en que mucha gente
estaba dispuesta a enfrentarse al tirano hasta las últimas consecuencias, a empuñar
un fusil y morir por sus ideas, actitud que hoy, en la Europa el siglo XXI, desconcierta y maravilla.
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