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viernes, 28 de junio de 2013

"Cuando paro, me da un gusto..."


La espiral de sufrimiento de los ciudadanos no se transforma
en rebeldía en la medida que debería hacerlo.
Me sorprende la desatada alegría popular por la encarcelación de Bárcenas. Ese pájaro de cuentas debería estar entre rejas desde hace tiempo. Un tipo con 43 millones en Suiza, que daba sobresueldos a los dirigentes del PP y que gestionaba comisiones de obras públicas debería ser ya un conocido inquilino de la cárcel, así como docenas de colaboradores. Nos conformamos con bien poco.


La ciudadanía española jamás ha sufrido una rapiña de derechos y servicios tan dura en democracia. Un funcionario me justificaba el porqué no hay una respuesta social contundente a esos abusos: “Si leyeran cada día el BOE y analizaran los efectos de cientos de disposiciones que se publican a diario, se organizaría una revuelta popular. Para bien o para mal, la gente no se entera”. Construyen un nuevo orden de desigualdades en todos los aspectos de la vida cotidiana, desde la sanidad a la justicia, la educación, el medio ambiente... Al final de legislatura tendremos un país muy distinto; mucho peor, se entiende. Y quizás irreversible.


La contestación de la calle no está a la altura de la gravedad de los hechos y se deja deslumbrar con baratijas como Bárcenas. Un  chiste de la escuela surrealista española cuenta que alguien va dándose golpes de martillo en la cabeza. Al ser interrogado por su extraña acción responde: “Es que, cuando paro, me da un gusto...”. Mal vamos.

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