El asunto de la importación
de basuras europeas para ser incineradas en Mallorca tiene una perfecta
interpretación en el modus operandi de la derecha española. Tiene su miga ver a
una consejera popular paseándose de pueblo en pueblo, cargando con una bolsa de estos detritus y haciéndola oler a las señoras mayores para demostrar su pureza inodora.
“La de colonia que le habrán puesto”, dijo por lo bajo una vecina.
Es la última imagen de
una secuencia que inició, allá en 1966, Manuel Fraga en Palomares, en cuyas
aguas habían caído dos aviones con armamento termonuclear y radioactivo. Le faltó tiempo
al ministro de Franco para bañarse en la playa como un valiente y demostrar que
el miedo a la radioactividad era cosa de cuatro malévolos masones enemigos de España.
No sé cómo acabará el
episodio, pero me recuerda cuando Alemania instala en Libia las industrias
contaminantes contestadas en su territorio. Y los libios tan contentos porque
tienen un centenar de puestos de trabajo a 10 euros la jornada de 10 horas. Ya se sabe que siempre es más fácil engañar a la gente que demostrarle que ha sido engañada.