Foto de Cristina García Rodero |
Rajoy y
Bauzá tienen algo muy en común: están recubiertos de teflón; todo lo que ocurre
a su alrededor les resbala. Con cada palabra propinan un derechazo al hígado
del silogismo y a la lógica dialéctica en general. El primero es capaz de
referirse a la corrupción, ese ébola político, como “esas cositas que están pasando”. El segundo es
todavía más primario: cuando Francina Armengol le reprocha su falta de contundencia
para conseguir inversiones para Balears – como ayer mismo pasó en el Parlament
- saca la mano por la ventana, dice que chispea y acusa a su opositora de
robaparaguas.
Tras años de
ser anatema, ahora se ha puesto de moda pedir perdón. El exrey Juan Carlos dio el
pistoletazo de salida y todos le han seguido porque han descubierto
el chollo: pedir perdón sale gratis.
Mi agnosticismo convive con mis conocimientos elementales de las obligaciones cristianas. Esos gobernantes
tan creyentes devotos deberían saber que para que se cumpla el perdón son imprescindibles
dos condiciones: propósito de enmienda y cumplimiento de la penitencia. En el
primero mienten sin despeinarse; en el segundo se ponen las manos en los bolsillos, miran al
cielo y silban. La gratuidad del perdón es su última perversión para seguir gobernando con el engaño.
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