Foto de Daido Moriyama |
Las impactantes escenas
televisadas de la repatriación de los sacerdotes infectados de ébola me
hicieron creer que se actuaba con tecnología punta: cámaras acorazadas,
trajes de astronauta, complejos protocolos de seguridad… Desde ayer mismo mi gozo está en el fondo del
pozo porque resulta que:
1. La ministra de Sanidad,
vestida de duelo, monta un patético drama ante las cámaras que sugiere de todo menos seguridad.
2. Una auxiliar de enfermería
– el eslabón más bajo de la cadena hospitalaria – se saca el traje en un
cuartucho sin monitorización alguna, se roza la cara con el guante y ya está
infectada.
3. El médico que la atendió
en urgencias estuvo 16 horas en solitario con ella. Nadie le confirmó la
infección por ébola… ¡Se enteró por la radio! Las mangas de su traje protector
le venían cortas. Ha ingresado voluntariamente en el hospital Carlos III por
temor a estar infectado.
4. El lumbrera responsable
de la sanidad de Madrid arremete contra la auxiliar de enfermería – insisto, la
ocupación más humilde del escalafón - a quien culpa de todo y la trata de
mentirosa (Ver entrada anterior en este blog). Solo le faltó decir que llevaba
una sospechosa foto de Pedro Sánchez en la cartera.
5. Numerosos especialistas
coinciden en que fue un error transportar a España a los dos infectados en
Liberia y Sierra Leona. Apenas sobrevivieron unos días. Cruel paradoja: dos curas infectados
por tratar de salvar a enfermos de ébola en África pueden ser ahora los
causantes de la enfermedad en Europa.
El sugerente efecto
mariposa siempre tiene un origen y una responsabilidad. Y en este caso, por
encima de la auxiliar de clínica hay media docena de implicados gordos que
escurren el bulto.
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