El Rey pierde reflejos. O los pierde su entorno, que para el caso es lo
mismo. Si los militantes republicanos hubieran podido planificar un
acontecimiento de impacto popular catastrófico para la imagen de la Casa Real
seguro que se inclinan por pescar al monarca cazando elefantes en Africa unos
meses después de haber dicho a todos los españoles que atravesamos tiempos
difíciles que hay que afrontar con austeridad y sacrificio. Que se haya roto la
cadera es una pincelada grotesca del relato.
En un solo año, la Monarquía democrática española ha sufrido más que en sus
37 de existencia. Las aventuras alocadas de cada uno de los yernos, que acaban
con disparos accidentales entre familiares o en descubrimiento de turbios
asuntos económicos, no ayuda.
Los perfiles de la sociedad española han cambiado. Quienes vivimos la transición hacia la democracia tenemos tendencia a valorar la monarquía por el decisivo papel que jugó. Quienes ya nacieron en democracia tienen todo el derecho a pensar
que este episodio ya está amortizado y que, como todo el mundo, el respeto hay
que ganárselo cada dia.
Es curioso que movimientos propugnen que
desaparezca una institución democrática como el Senado y pasen por encima del
anacronismo de una monarquía hereditaria pagada entre todos. Pero tal como van las cosas, todo se andará.
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