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domingo, 14 de septiembre de 2014

El catalanismo de Los Manolos

En un excelente artículo dominical publicado en EL PAIS, mi periodista favorito, John Carlin, describía cómo hubiera reaccionado su padre, escocés, ante el inminente referéndum sobre la independencia de Escocia: “Él era un patriota que sentía orgullo por su tierra, su historia y su cultura, no un nacionalista que define su identidad por el antagonismo hacia el vecino y sucumbe siempre a la simpleza de creer que su pueblo es bondadoso y bueno, el otro tóxico y xenófobo…”.

De ser catalán, el padre de John Carlin hubiera sido catalanista; ni nacionalista ni independentista. Si yo tuviera que explicar el catalanismo me temo que no recurriría a la vieja historia, ni a 1714, ni a Torres i Bages, ni a las Bases de Manresa, ni a Macià en 1931. Bastaría con recordar 1992, el año olímpico, aquel en que Catalunya quiso ser un referente mundial en modernidad, tesón, solidaridad y convivencia. El año en que bastaba pasearse por las calles de barrios y pueblos para sentir el pálpito y la ilusión de un país integrador que confía en sí mismo, que está preparado para afrontar cualquier reto y que sabe divertirse. Deambular por las calles era oler la auténtica catalanidad, casi siempre a ritmo de… “Los Manolos”. 

Como no había crisis económica, el independentismo populista era un movimiento residual.

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