¿Se imaginan
si todos los que hablamos de la independencia de Catalunya supiéramos de lo que
hablamos desde un prisma riguroso y objetivo, sin pizca de confusión ni posibilidad
de ella? No cabe en el imaginario, el debate se acabaría en dos segundos. Los canadienses - un pueblo que no es capaz de hacer un debate nacional sobre el
Toro de la Vega, por mucha brutalidad que desencadene el cruel festejo -
resolvieron la confusión sobre el referéndum de Quebec con una Ley de Claridad,
con la que se pactaron los principales aspectos de su celebración, sus condiciones
y sus consecuencias, de manera que cada ciudadano sabía a qué atenerse y votar libremente
con toda la información, sin estar sujeto a presiones populistas de uno u otro
lado.
En España
necesitamos cientos, miles, quizás decenas de miles, de Leyes de Claridad.
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