Aquesta
platjola és l’escenari del darrer paràgraf de “La panda de los dedos de oro”.
Està devora el morro d’Aubarca, a la costa artanenca, immediatament desprès de
deixar la badia d’Alcúdia i passar per davant del Cap Ferrutx. Ja fa anys que
la vaig descobrir navegant per aquelles aigües. M’agrada perquè és un paisatge qualsevol,
allunyat de la grandesa de la costa de Tramuntana: ondulacions de terra pelada
amb taques de vegetació baixa. Hi ha una casa a un costat, la que vaig
adjudicar a Germi, l’heroi de la novel·la. Però la mar cobra allà un color d’una intensitat
turquesa com no he vist a altre lloc. Ahir hi vaig tornar i tenia aquest aspecte.
El
darrer paràgraf esmentat diu així:
“En tales circunstancias,
créanme, ya no pido gran cosa. Basta con levantarme a esa hora que el sol
naciente alarga las sombras en la playa y las plantas de los pies desnudos
perciben la frescura mineral que la arena conserva de la noche. Las olas son
minúsculas pero sonoras porque, en su repetido regreso al mar, remueven una
estrecha franja de cantos rodados. El agua presenta en la orilla un tejido de
destellos solares en forma de inquietas y sinuosas serpientillas doradas.
Entonces, después de nadar varias decenas de metros, me sumerjo en el mar
acristalado y paso revista al familiar fondo arenoso salpicado de enormes
guijarros redondeados entre los que circulan raspallones y doncellas. Mientras
buceo en la sorda quietud submarina suele abordarme un pensamiento recurrente:
tanto en lo bueno como en lo malo, lo esencial para el ser humano apenas ha
cambiado desde el principio de la Historia; seguimos buscando lo mismo. Sucede
que, demasiado a menudo, se nos nubla la vista con irrelevancias.”
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