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jueves, 16 de julio de 2015

Periodistas y políticos, cada uno a lo suyo.



Foto de Pedro Luis Raote
La aproximación de los periodistas a la libertad de expresión es: “Yo digo a todo el mundo lo que me da la gana, pero cuidadito con lo que se dice de mí”. Y si algún incauto se permite corregir/criticar al periodista (en privado y ya no digamos en público) que se prepare para pasar un viacrucis con corona de espinas; el del Gólgota será un juego de niños.

Con ese registro comportamental, la libertad de expresión circula por una vía de sentido único. Conduce a lo de la paja y la viga en ojo ajeno: un periodista se mofa de la falta de renovación de un partido político y en su redacción son los mismos desde hace 20 años y emplean exactamente las mismas rutinas analíticas. (Ejemplo basado, como las series de TV, en hechos reales). Esas son las reglas del juego: una batalla desigual.

Dada esa circunstancia… ¿Es apropiado que el Ayuntamiento de Carmena y sus podemitos monten una oficina antifraude de la información? He encontrado por ahí un titular que les va clavado: brabucones y pardillos.  Al teatro debe irse tosido y, a la política, llorado de la prensa.

El gobernante tiene la obligación de cumplir el programa por el que fue elegido por mayoría popular (aunque Carmena reduzca los programas a “meras referencias”) más allá de las críticas de periodistas. Cuentan de Tinín Areces, antiguo presidente de Asturias, que prohibía leer la prensa a los miembros de su Gobierno hasta media tarde con la sana finalidad de que tomaran las decisiones matinales según su propio criterio y no el de un periodista/cronista que, en la mayoría de los casos, no presenta un nivel mayor de información, ni de formación ni de inteligencia.

En cualquier caso, periodistas y políticos, cada uno a lo suyo; nada de Pogroms para los profesionales de la discrepancia, que bastante tienen la gran mayoría de periodistas de a pie, con sus sueldos de miseria, aterrados por la amenaza del paro y sus vidas cutrillas y desordenadas. Y los políticos que se apliquen la frase de Goethe (que no sale en el Quijote, por cierto): “...Pero sus estridentes ladridos / solo son señal de que cabalgamos...”.

Brabucones y pardillos que gobiernan tienen todavía mucho que aprender. Da la impresión que se vuelven histéricos con unas goteras pero ignoran, despreocupados, la existencia de un tsunami. Por la cuenta que nos tiene, y a falta de mayores capacidades y aptitudes, les deseo suerte.









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