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martes, 14 de julio de 2015

"Vikings": lo del casco con cuernos es una trola

Confieso que el único vikingo de mi vida ha sido durante décadas el rey  Ragnar, con la cara de Kirk Douglas en el film de Richard Fleischer “Los Vikingos” (1958). Y tuve que esperar hasta 2013 para vivir mi propio camino de Damasco cuando un rayo divino me hizo caer del caballo con la serie “Vikings” de Michael Hirst para el History Channel. Solo desde entonces sé que Ragnar se apellidaba Lodbrok , un tipo que, con los 30 episodios exhibidos, protagoniza una serie fascinante por su rigor histórico y que ilumina un interesante período de la oscura Edad Media en los fríos confines nórdicos del mundo entonces conocido.

Ragnar es un granjero ingenioso, inconformista y visionario para quien la vida solo tiene sentido cuando lucha a muerte para saquear pueblos extranjeros: Northumbria, Bretaña, Francia… Su carrera culmina cuando alguien le pasa el chivatazo de una ruta marina que llega al estuario de un río navegable que conduce hasta París, el sancta santorum los saqueadores, que ocupa un sorprendente último capítulo.


¿Quién se atreve con Lagertha?

La serie ofrece un ameno tratamiento enciclopédico de un pueblo al que solo conocemos por su casco con cuernos (que por cierto nunca existieron, fue una invención de los grabadores románticos). La rudeza y valentía de sus guerreros tenía truco: la muerte en combate les conducía directamente al Walhalla, donde les esperaba Odín con todos los placeres imaginables. También eso implicaba a las mujeres; mientras en el mundo civilizado las doncellas bordaban sueños encerradas en sus castillos, las vikingas luchaban en la batalla como búfalas en celo. A nadie le gustaba encontrarse a las malas con Lagertha, la mujer de Ragnar, que decapitaba con un simple zigzag de espada.

“Vikings” nos hace navegar con sus barcos y sus instrumentos de navegación, que en aquel entonces constituían la Fórmula 1 de los mares. Los contruye Floki, un personaje enigmático medio ingeniero y medio vidente que domina el universo de las formas geométricas y de la física.



Invasiones, guerras civiles, luchas intestinas familiares, pasiones amorosas, visiones religiosas (con un interesante duelo Odín-Jesucristo)… en un mapa histórico donde lo riguroso entretiene. Tres cortas temporadas de 10 capítulos que carecen del interminable sex-appeal de Juego de Tronos ni falta que le hace. La serie, situada en el siglo VIII, destila una extraña modernidad.

Muy recomendable.




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