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domingo, 2 de agosto de 2015

Una estrambótica pareja de polis que lo controlan todo menos a sí mismos


Después de las primeras temporadas de “True Detectives”, cualquier prevención es poca ante una nueva serie de polis; cuesta creer que superará el listón. Pero “The Killing”, al menos en su versión USA, lo salta con autoridad.

Y no lo consigue por la trama. Basta con decir que un subtítulo de promoción es “Quién mató a Rosie Larsen”, patético remake del “Quién mató a Laura Palmer” (una quinceañera que hoy será cuarentona), del maestro David Linch en “Tween Peaks” (1990). Un serial killer de jovencitas impresiona menos que un recital de Paquirrín.

Lo consigue gracias una la pareja de policías sobre la cual pivota todo el interés de la serie, no tanto por lo que averiguan sino porque, cada uno en su género, está bien zumbado.

La poli es Sara Linder (Mireille Enos), la pelirroja robótica que sería perfecta para ser estudiada un Congreso Internacional de Autismo. Diez en intuición y dedución policial, pero cero en expresión y gestión de emociones y sentimientos. La clavas una aguja y sale de todo menos sangre. Un personaje salido del mismo horno en el que se coció a la detective Sonya Cross (Diane Kruger) en “The Bridge”.

El poli es Stephen Holder (Joel Kinnaman), un niño grandullón blancuzco, barbilampiño, descarado, parlanchín y pendenciero. Está doctorado en el lenguaje de chulo callejero, habilidad que completa con un violento viaje de la mano que, por menos de nada, impaca en el cogote de su interlocutor. En realidad es un ex yonki que lo acaba de dejar.

Son día y noche, blanco y negro, ying y yang, agua y aceite. Pero ambos sufren un oculto denominador común: son niños abandonados criados en la selva de los hogares de acogida. El interés de la pareja radica en sus habilidades psicológicas para detectar e interpretar los demonios de los demás y su nula capacidad para dominar los propios.

Por lo demás es una producción impecable, con interrogatorios contados con planos secuencia circulares, con intrigantes planos que solo se comprenden veinte minutos después y un montaje de expresiones con el que se podría hacer una película muda. A no perderse el capítulo dedicado por entero a los últimos días de un recluso en el corredor de la muerte; está a la altura de “A sangre fría” y demás obras maestras del género.

En definitiva, una buena serie sostenida por una pareja de polis por quienes acabas sintiendo ternura porque son capaces de descerrajar tiros a los sesos de cualquiera sin registrar el menor aumento de tensión sanguínea pero sufren como torturados cuando se ven obligados a decir “te quiero” a quien quieren con locura.





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