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lunes, 29 de diciembre de 2014

Las dos caras del espejo

Por estas fechas de atracones gastronómicos se persona en mi memoria un argumento de Jaume Santandreu, personaje mallorquín de peculiares trazos intelectuales y diáfano protector de marginados de la franja más subterránea: las víctimas de la drogadicción profunda.

La recaída de los toxicómanos, la de aquellos que no pueden apartarse de la heroína, es socialmente rechazada. Quienes les ayudan a superar inicialmente la intoxicación, suelen abandonarlos a su suerte en caso de reincidencia. Santandreu se dedica, esencialmente, esas personas que ya se precipitan por el abismo; por ello afea la conducta social de quienes les reprochan su falta de voluntad para evitar recaídas.

Les pone el caso de don Tomeu, un hombre acomodado, respetado y colesterolémico que, después de desenfrenadas comilonas, acude al médico con el HDL por las nubes taponándole las arterias. El galeno sin embargo, no le echa en cara su falta de empeño, su debilidad con la ingestión de grasa; no lo amenaza con dejar de asistirle como hace con el drogadicto. Simplemente se limita a decirle: “Ai, don Tomeu, aquesta porcelleta de Nadal que ho ha estat de bona! Ara hauriem de fer un poc de bonda…”

El espejo de dos caras es tremendamente útil para las contradicciones sociales.

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