La gente de medio mundo - el desarrollado - nacimos bajo el paradigma
de que, si te formas y trabajas con seriedad, disfrutarás una estabilidad económica
aceptable y tendrás el futuro razonablemente resuelto. A comienzos del siglo XXI ese contrato
oculto se ha hecho añicos. Ya nada garantiza nada. Sálvese quien pueda. El
problema es que sólo el 1% de la población, los de muy arriba, puede vivir sin preocupaciones
de futuro. El resto, toda la gama de clases medias, nos deslizamos por un
interminable tobogán del que ignoramos su final pero, de momento, no paramos de
bajar. Por no hablar de los de abajo...
Ha estallado el sueño del Estado de Bienestar. Se ha roto el
axioma de que cada generación vive mejor que la anterior; sin querer ser cenizo
apostaría más bien por lo contrario: el mundo tal como lo hemos conocido ha
dejado de existir. La red que hasta ahora protegía a quienes caían del
trapecio, se deshila y presenta rotos por donde pasan elefantes.
El ambiente es ideal para los populismos, tanto para los de
derechas como para los que dicen no ser de derechas ni de izquierdas. Los
vendedores de crecepelo que lucen vistosas coletas se forran porque cada
vez hay más calvos que, paradójicamente, no tienen dos dedos de frente. Cosas
de la desesperación...
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