El gran patriarca Bondía de mi Macondo |
En “Cien años de soledad” descubrí cómo descubrir el
Macondo propio. Todos poseemos el nuestro, pero solo la mirada que nos
transmitió GGM nos permite descriptar los mundos mágicos que nos rodean. En mi
caso la revelación se produjo en el barrio de infancia y adolescencia, en la
Barcelona portuaria de hace décadas, con personajes como Pitu el boig y su
cañón de Sant Miquel, la Pitets, el Carnemagra, la Sietecoños,
la Culogordo, el Sardinilla, la Estrella, el tío Román, de silenciado activismo cenetista, y muchos otros extraviados en el olvido de las pequeñas vidas...
Los escenarios eran igualmente asombrosos: el lóbrego sótano de la planta baja
de mis abuelos y su balcón interior de 17 barrotes, el tufo amoniacal de los urinarios
del cine Marina, la lapidación de ratas de alcantarilla, la hoguera de los
muebles viejos por Sant Joan, el petardeo manual de los mistos Garibaldi, los vestuarios de El Gato Negro, donde los niños
mirábamos por la cerradura, los juegos por la rampa de la escalera de la casa
de tío Tico y todo un atlas de lugares señalados en la mística del territorio personal.
Y, por encima de todo, la prueba irrefutable de que yo también poseía un Macondo particular: mi bisabuelo centenario, apellidado justamente Bondía, la traducción catalanizada del Buendía de Aureliano; era un marino alto y fuerte que hizo
que mi enclenque bisabuela pariera veinte hijos...
Tanto la creatividad como el perfeccionismo
de las descripciones periodísticas de GGM quedarán inscritas con letras de
molde en el frontispicio de la Gran Literatura, pero su gran legado fue
descubrirnos los mecanismos para detectar la magia oculta que, por debajo de la
cobertura del rádar, emanan las personas y las cosas que nos rodean en un mundo
que solo así cobra cierto sentido.
Molt bó.
ResponderEliminarGràcies Araceli. I quan ho dius tú, encara té més valor.
EliminarEfectivamente, y no debieramos olvidarlo. Hay un Macondo de cada cual, y recrearlo nos transporta...
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