Por estas
fechas de atracones gastronómicos se persona en mi memoria un argumento de
Jaume Santandreu, personaje mallorquín de peculiares trazos intelectuales y diáfano
protector de marginados de la franja más subterránea: las víctimas de la
drogadicción profunda.
La recaída
de los toxicómanos, la de aquellos que no pueden apartarse de la heroína, es
socialmente rechazada. Quienes les ayudan a superar inicialmente la intoxicación,
suelen abandonarlos a su suerte en caso de reincidencia. Santandreu se dedica,
esencialmente, esas personas que ya se precipitan por el abismo; por ello afea
la conducta social de quienes les reprochan su falta de voluntad para evitar
recaídas.
Les pone el
caso de don Tomeu, un hombre acomodado, respetado y colesterolémico que, después
de desenfrenadas comilonas, acude al médico con el HDL por las nubes
taponándole las arterias. El galeno sin embargo, no le echa en cara su falta de
empeño, su debilidad con la ingestión de grasa; no lo amenaza con dejar de
asistirle como hace con el drogadicto. Simplemente se limita a decirle: “Ai, don Tomeu, aquesta porcelleta de
Nadal que ho ha estat de bona! Ara hauriem de fer un poc de bonda…”