1. El
partido del domingo que dirime la Liga es más que un partido: todo apunta a un
cambio de régimen futbolístico. En la última década, y más acusado en el último
lustro, el fútbol de combinación de la divisa Cruyff-Guardiola rompió con el
Barça la última frontera del fútbol moderno. No solo era táctica y estrategia
sino la concepción de un nuevo catecismo del método. Gioco bonito brasileiro
con eficacia teutona. La selección española, con el grueso azulgrana, adoptó
idéntica doctrina y cosechó éxitos jamás soñados.
2. En
legítima defensa, los adversarios tuvieron que ingeniárselas para contrarrestar
el huracán. El primer partido de Mourinho en el Bernabéu, con el Madrid
encerrado en su área a la espera de pillar un balón para probar suerte, marcó
pautas. Años después se confirma que cualquier equipo rocoso con nueve defensas
como bisontes y un delantero volador puede machacar la sutileza del Tiki-taka. Hoy,
hasta el Elche lo practica y, por lo acaecido, con buen resultado. Se fue el
futbol tiralíneas y vuelve la versión siglo XXI de la furia española de los
años 50, con los entrenadores excitando el griterío de la grada, el jugador
número 12, el aquí no pasa ni dios y otros elementos prehistóricos.
3. La
única duda que me plantea es si el juego de precisión relojera puede llegar a
la perfección con un Messi simplemente humano o es condición indispensable la
inclusión de su anterior carácter divino. La jurisprudencia reciente dice que
no. Barça y Bayern, los dos grandes putos amos del negocio, han sufrido
vapuleos cuando la fórmula no está apoyada por el mejor rosarino. En cualquier
caso, se avecinan tiempos de involución futbolística. Como en otros órdenes de
la vida, destruir es más fácil que construir y hasta aporta las dosis
necesarias de épica gritona para disimular el retroceso ético. También el
fútbol se envilece.
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