Alguien nos obliga a vivir estas
navidades bajo el signo de la incertidumbre e incluso, para algunos, del miedo.
No recuerdo la llegada de otro año con tan malos augurios como 2012: hay
coincidencia en determinarlo, desde su fase prenatal, como un año perdido. Me
rebelo ante tal resignación. Como ciudadanos libres debemos resistirnos a que alguien, desde la
oscuridad, organice nuestras preocupaciones.
N o hay causas realmente calamitosas: ningún
meteorito fuera de órbita amenaza el planeta ni se extiende el contagio de una
peste mortal. Los sismógrafos no prevén terremotos. Simplemente somos víctimas
de una crisis financiera provocada en otro continente que nos recorta, en mayor
o menor medida, el bienestar alcanzado. El origen de todo tiene una clara
naturaleza virtual y, por tanto, reconducible por los hechos y la voluntad de
los ciudadanos.
Churchill reconoce en su autobiografía
que pasó media vida preocupado por temidos acontecimientos que nunca
ocurrieron. Gila, mucho más cercano, lanzó un duro mensaje a la mandíbula del pesimismo: “Oiga... ¿Es el enemigo? ¿Podrían ustedes parar la guerra un
momento? ...”
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