Abro la ventanilla un rato en la
soleada mañana del día de Navidad en
Palma. Me uno al cántico del discurso real. Admito que es un anacronismo que el
Rey necesite hermeneutas para interpretarlo. Es un apéndice necrosado de la
Transición: todo lo bueno lo hace el monarca y todo lo malo Suárez, el
presidente del Gobierno.
Así, para la Casa Real un divorcio como el tajo de un
hacha es “un cese temporal de convivencia”; una golfería, que cuando la comete
gente de a pie es condenada y penada, es “un comportamiento poco ejemplar”....
El monarca perdió en Nochebuena una clara oportunidad
para romper esa lejanía conceptual y, de una vez, llamar pan al pan. Con la
interpretación en “mode on”, el Rey nos
ha venido a decir que si Undargarín es condenado, lo pagará como cualquier otro
español. Hombre... ¡faltaría más! Pero, además, nos ha reñido y nos ha dicho que
mientras no sea condenado por la justicia es irrespetuoso darle la condena del
telediario porque eso deteriora gratuitamente la institución.
Lo mejor: la foto enmarcada del Rey
entre ZP y Rajoy.
Lo peor: la oportunidad perdida. Por
supuesto, tendrá otras.
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