El patético pulso pro/anti independencia de Catalunya demuestra que ninguna de las dos partes en litigio está a la altura; es una batalla de liliputienses.
Mas, bajo el palio de la ANC, tira del discurso épico y emocional
de un noble país subyugado por el imperio
del mal y promete llevarlo al paraíso (de todo menos fiscal) siempre con las amables
cámaras y micros de TV3 y Catalunya Radio. La propuesta es de una sencillez aberrante
que, por supuesto, genera la adhesión de una mayoría. Equivale a decir a los párvulos
que se acabaron para siempre las clases y ahora todos a jugar.
Y Rajoy con el Apocalipsis. Como Marlon Brando en el papel
del coronel Kurtz, anda medio zombi y prefiere que sean sus monaguillos quienes
insulten a los independentistas al tiempo que pide a sus colegas de todo el
mundo que se vistan de Coco para asustar a los niños catalanes.
Con estos mimbres nadie tiene la más remota idea de las
consecuencias prácticas de una eventual declaración unilateral de independencia.
Todos prefieren hinchar su propio globo y a ver qué ocurre. Por lo pronto, Mas y Rajoy ocultan tras el lío las vengüenzas de sus gobiernos.
Provoca melancolía pensar en la Ley de Claridad canadiense
en el caso de la independencia de Québec mediante la cual ambas partes, bajo la
tutela de un Tribunal Superior, debían redactar un texto conjunto sobre las
consecuencias económicas, políticas y sociales de la independencia para que el votante
sepa lo que vota. Aquí preferimos la práctica de los juegos malabares.
Por cierto, si se puede acceder a la independencia desde
unas elecciones autonómicas por mayoría
simple también podría anularse esta independencia por el mismo método algún
tiempo después… Que dios nos proteja porque veo que no hay nadie Mas que lo haga.
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