Quienes estén ya hartos de tragarse mil episodios de
fantásticas series de detectives filósofo/paranoicos, o hasta la coronilla de
jugar a los Tronos, ya no será necesario que se corten las venas porque hay una salida:
Jane the virgin.
Nacida como una serie menor de una cadena menor, se ha alzado
sin algarabías con la mayoría de premios del ramo. Es un oasis de frescura y
palmeras datileras en un mapa de series donde la superficie desértica avanza
cada hora. Es un homenaje de las series a sus abuelas: las telenovelas venezolanas
de los ochenta.
En un decorado de opereta, donde todo el universo es de
color salmón, aparecen príncipes, cenicientas y hadas malvadas en un divertido enredo paródico de las
telenovelas en el que los guionistas han batido el récord de gags por minuto.
El héroe principal de la serie es el invisible narrador, un
tipo que nos cuenta la compleja trama de amoríos a base de rompedores sarcasmos
y bocadillos de cómic que aparecen en la pantalla. El casting femenino es de
primera calidad: Jane, la jovencita embarazada virgen hace de madre de su
madre, una desmadrada latina llamada Xiomara que trata de hacer de su vida un
remake de la de Paulina Rubio y, cómo no, la abuela Alba, que parece recién
llegada de un relato de García Márquez.
Pero por encima de todo, el gran personaje es Rogelio, el
padre oculto de la virgen, el galán de telenovelas que deja como un pigmeo
grosero a Di Carpio en la proa del Titánic porque exhibe un atuendo militar azul celeste violáceo con galones de oro y
una multicolor hilera de brillantes medallas. Un tipo a seguir que se expresa en barbaridades involuntarias cada 15 segundos de su papel de superguapo almibarado, padre secreto de la embarazada virgen. Y todo ello en un Miami de cartón piedra de colores a juego con las camisas de Rogelio.
Tiene buena pinta
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