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miércoles, 12 de noviembre de 2014

¡Qué cómodo es ver los toros desde la barrera!


Foto de Brako Jokovkjevic
No es nada raro que los pescadores de pacotilla – a la fluixa o al volantín – liemos el sedal ya sea en solitario o con el del compañero. En un segundo, el hilo se retuerce como una culebrilla cabreada hasta formar una compacta madeja. La tendencia del novato es estirar del sedal con fuerza, con lo que no conseguirá más que estrecharlo y liarlo más; habrá perdido el aparejo y, si no tiene otro, se quedará sin pescar. Los entendidos sugieren paciencia y gestos suaves: ensanchar el anárquico ovillo hasta que se deslíe. Es más complejo, se tarda más, pero la pesca prosigue.

La crisis nos ha cambiado el carácter, perdemos tolerancia, entereza y tendemos al puñetazo sobre la mesa porque no podemos a darlo en la mandíbula del enemigo invisible. Todo lógico y humano. Pero así no conseguiremos deshacer el lío que nos aprisiona.

Por desgracia, quienes saben cómo salvar el sedal, se quedan silenciosos en casa. Todo un ejército de talentos, de valioso capital humano, descartan comprometerse en la corrida; prefieren ver los toros desde la barrera. Por poco que se lo propusieran formarían un ejército contra vendedores de motos, encantadores de serpientes, gobernantes autoritarios, salvadores de patrias o iluminados bolivarianos. Pero no quieren, el confort intelectual y material les ha robado el imprescindible punto de arrojo. Olvidan, sin embargo, que el silencio ante la injusticia y el desvarío es situarse al lado de los injustos, de los desvariados, y corresponsabilizarse de sus atentados.



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