Foto de Brako Jokovkjevic |
No es nada raro que los pescadores de pacotilla – a la fluixa o al volantín – liemos el sedal ya sea en solitario o con el del
compañero. En un segundo, el hilo se retuerce como una culebrilla cabreada
hasta formar una compacta madeja. La tendencia del
novato es estirar del sedal con fuerza, con lo que no conseguirá más que
estrecharlo y liarlo más; habrá perdido el aparejo y, si no tiene otro, se
quedará sin pescar. Los entendidos sugieren paciencia y gestos suaves: ensanchar
el anárquico ovillo hasta que se deslíe. Es más complejo, se tarda más, pero la pesca prosigue.
La crisis nos ha cambiado el carácter, perdemos tolerancia,
entereza y tendemos al puñetazo sobre la mesa porque no podemos a darlo en la
mandíbula del enemigo invisible. Todo lógico y humano. Pero así no conseguiremos
deshacer el lío que nos aprisiona.
Por desgracia, quienes saben cómo salvar el sedal, se quedan
silenciosos en casa. Todo un ejército de talentos, de valioso capital humano,
descartan comprometerse en la corrida; prefieren ver los toros desde la
barrera. Por poco que se lo propusieran formarían un ejército contra vendedores
de motos, encantadores de serpientes, gobernantes autoritarios, salvadores de
patrias o iluminados bolivarianos. Pero no quieren, el confort intelectual y
material les ha robado el imprescindible punto de arrojo. Olvidan, sin embargo,
que el silencio ante la injusticia y el desvarío es situarse al lado de los
injustos, de los desvariados, y corresponsabilizarse de sus atentados.
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