La generación de los baby-boomers, que los demógrafos han
compuesto con los nacidos entre 1948 y 1962, se jubila con jubileo. Fue la
primera del siglo XX que no conoció los horrores de las guerras; sólo el
despegue económico y las nuevas fronteras culturales y sociales. El impacto de
1968 les imprimió la tendencia anarcoide, la perpetua adolescencia y el placer de reivindicar lo imposible: un tipo
de talento desconocido hasta entonces. Protagonizaron la Transición política,
esa tontería tan criticada hoy en día, que simplemente consistió en convertir
una sangrienta dictadura en una democracia asentada y próspera.
Fue la primera generación de españoles que salieron a Europa
sin boina para integrarse con soltura y sorprender con sus capacidades. Vivieron
como príncipes y la crisis económica les estalla justo a la hora de la
jubilación, a la que tienen derecho con pensiones máximas. Están medianamente
sanos de pies a cabeza y han empujado la esperanza de vida más allá de los
ochenta años.
¿Qué hacer con toda esa legión de talento acumulado y
experiencias grandiosas?
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