Sobrevivimos bajo al dictadura de lo nuevo. Y si no lo hay, se inventa. Los publicistas lo
saben y cada seis meses estampan el sello de ¡NUEVO! sobre el paquete del mismo
yogur o el lavavajillas de siempre con tal de mantener las ventas.
En la
política del siglo XXI, los cubos de basura están llenos de especímenes en muy
buen estado pero que no son nuevos. Que se lo pregunten al PSOE. Rubalcaba es
una de las personas con mayor capacidad, criterio y experiencia que ha pasado por el
partido, pero como no tenía mandíbula cuadrada ni llevaba la camisa por fuera
y, además era calvo y sesentón, se depositó en el contenedor de desperdicios. Tres meses
después, el nuevo líder sustituto ya no suena tan nuevo como el primer día…
La
desenfrenada carrera por lo nuevo tiene su principal inconveniente en la
termodinámica: todo tiende a empeorar. Lo nuevo se hace viejo cada vez más
deprisa. La obsesiva necesidad de algo nuevo crea su propia adicción: cada diez
minutos hay algo más nuevo que lo anterior y que, en consecuencia, hay que substituir. Como el reciclaje humano tampoco está
bien visto en política, asistimos al patético espectáculo de la incineración de
toneladas de un capital humano con talento y criterio inteligente en un país
donde no sobra ni lo uno ni lo otro. ¡Viva lo nuevo y viva el vino!