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domingo, 12 de junio de 2016

China-16: El sueño del gran imperio Chinoamericano (y4)


Décadas después de los primeros y temerosos vaticinios, el tigre chino ya se ha despertado y ruge con fuerza ante la atónita fauna de la selva económica. Y, de momento, todavía no ha devorado a nadie ¿Puede alcanzar China el cetro como sucesor del imperio americano en las próximas décadas y erigirse como el nuevo amo del mundo? La mirilla del futuro no es lo que era, ya no deja ver más que los próximos diez minutos del porvenir y, más allá, es pura elucubración o quiromancia. Pero no parece que el próximo gendarme del mundo vaya a tener los ojos oblicuos.

Para sentarse en la silla del emperador planetario no basta con tener una saneada economía; es indispensable colonizar el mundo con la propia cultura. Así los hicieron los EEUU con la ropa vaquera, Elvis Presley y, sobre todo, el cine. Lo cantó Renato Carosone en una canción de reproche a un amigo que “Vuó fá l’americano”. China hoy, por hoy, no parece tener un modelo seductor para el resto del mundo. En primer lugar, la complejidad de la lengua propia, indispensable para la invasión cultural. Y, en términos generales su proyecto carece de seducción, de ilusión y hechizo más allá de sus fronteras…  ¿Cuál será su papel entonces?


Ni idea. Pero me quedo con una especulación de un diplomático. No hay nada más parecido a un rico chino que un rico americano; tienen prácticamente la misma concepción sencilla y salvaje del capitalismo. Desde la asunción de que no pueden convertirse en los nuevos líderes del mundo, su objetivo está en compartir liderazgo. Durante el resto del siglo nos someteremos al impero Chinoamericano. En realidad ya tienen muchos denominadores comunes: el Pudong de Shanghai no tiene nada que envidiar al Wall Street neoyorquino y el desenfreno de ambos por amasar fortuna va más allá de cualquier límite político o moral. EEUU aportará la fascinación del espectáculo y China, con sus 1.400 millones de habitantes, la masa crítica necesaria para producir cualquier cosa al mínimo precio y máximo beneficio. El matrimonio de interés, como se sabe, es el más sólido duradero. 

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