En la visita
al tramo de la muralla china de Mutianyu, a unos 90 kms. de Pekín, pregunté al guía
qué significaba una gran inscripción en el bosque, que se divisaba desde la
lejanía. “Mao, el pueblo chino te será siempre fiel”, me respondió. No captó la ironía de mi respuesta. Es cierto cuanto dicen que en poco más de 30
años han recorrido el camino de la sociedad rural a la high-tech cuando Europa
tardó casi dos siglos. Pero habría que hacerles la pregunta más pertinente del
siglo XXI: “Señores, esto está muy bien... ¿pero a qué precio?”.
En los 70’s
China estaba en la lista de los países más pobres del mundo. Ahora es la
segunda potencia económica mundial. Se les dice que tienen más de 600 millones
de pobres muy pobres y casi 80 millones de ricos. De ser cierto, eso
significaría que tienen una clase trabajadora y media de 600 millones de
personas que apenas existía hace unos años. Ese es su gran logro. El consumo
interno les basta para su crecimiento.
Pero
volvamos al precio. Se encuentran al borde del colapso mediambiental; lo
atestiguan los peatones enmascarillados. Sufren megalopolititis aguda. En la
superficie urbana de Shanghai, con sus 24 millones de personas, caben cinco
Nueva Yorks. Atascos descomunales y scalectrix de cuatro alturas por el centro
de la ciudad. Los hutongs (destartalados barrios pobres) son fronterizos con
las grandes manzanas del gran lujo. Los desvencijados carritosbici, cargados
hasta los topes de desperdicios, se cruzan con Ferraris de colores chillones.
El conjunto compone una escena del paraíso de la desigualdad. El Pudong de Shanghai, barrio financiero, llega al cielo y millones de chinos se arrastran penosamente por el suelo. Dicen que para salir de
la lista de países pobres… “algo tenían que pagar”. Curioso que lo haya pagado el
más importante país regido por el Partido Comunista que, sin embargo, dice seguir
fiel a Mao.
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