Confieso que
tras las últimas elecciones navideñas daba por supuesto que Rajoy seguiría como
presidente del Gobierno. Sus 123 diputados, junto a los 40 de Ciudadanos, lo
situaban muy cerca de la mayoría absoluta de 175. Parecía fácil aunar a 12
diputados en el proyecto.
Hoy, sin
embargo, ese peligro ya no existe. Pedro Sánchez, sin estridencias ni
altanerías, lo ha conjurado. No es que la alternativa esté clara, pero por lo
pronto, Rajoy no seguirá en el Gobierno. Eso es lo que espero a menos que Pablo
Iglesias – que no soporta que nadie acumule un protagonismo superior al suyo –
se cierre en banda y no permita que Sánchez gobierne si él no se erige en
supermegavicepresidente ni sus amigos ocupan los ministerios más influyentes
Sánchez ha
ido de menos a más; Iglesias de más a menos y Rajoy se ha hecho el harakiri
solito. El buen hacer político consiste – ayer, hoy y siempre – en que un líder
crea los mayores consensos parlamentarios y sociales posibles para sacar el país adelante desde
la centralidad (que no del centrismo). Sánchez puede hacerlo pero necesita que
Podemos no dé rienda suelta al instinto y se eche al monte con el esperpento español
“O mía o de nadie” y clave la faca a la alternativa al PP.
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