Viajar por África negra es tocar con las manos el holocausto
de la esclavitud. Los historiadores no se ponen de acuerdo, pero con frecuencia
se habla de una cifra de 40 millones de africanos que, a partir del siglo IX, y
sobre todo en el XVIII, fueron víctimas
de esa lacra humana. Todo se disparó cuando los europeos conquistaron las
Américas; inmediatamente esclavizaron África. Vaya carrerón.
En Senegal, concretamente en la isla de Goré, frente a
Dakar, se conserva el recuerdo más lacerante: la Casa de los Esclavos, con la
llamada “puerta sin regreso”, última frontera hacia las naves de negreros, que
cargaban africanos con un trato similar al del transporte de carbón.
Es una de las historias negras de Europa de la que se
derivan otras vertientes menos espectaculares pero igualmente crueles como la
colonización y el expolio de materias primas, bases del desarrollo económico
del Viejo Continente. Y ahora, cuando nos piden una mano - un poco de nuestras
sobras -, nos escandalizamos y queremos cerrar las fronteras a quienes hemos
exprimido como a un limón.
En la foto de arriba, mi amigo senegalés en la llamada
celda de los esclavos recalcitrantes, los que oponían resistencia. Decía que él hubiera
sido uno de ellos. En la foto de la derecha, la última puerta; quien la traspasaba no volvía a ver a los suyos. Le esperaba el peor de los infiernos.
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