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lunes, 15 de febrero de 2016

Memorias de Senegal (3): El imperio de las redes sociales


Sant Louis, en el norte costero de Senegal, en la misma frontera de Mauritania, tiene un barrio colonial que abarca toda una isla frente a la Lengua de Barbaria. Sus calles y sus casas guardan un lejano aroma francés, diluido por la decadencia del tiempo olvidado, vestigio de la amplia actividad económica y social de principios de siglo XX cuando la ciudad era la gran puerta de entrada del África negra.

Allí se encuentra Guet N’Dar, el barrio con más densidad de Africa: 45.000 personas, dedicadas de un modo u otro a la pesca, se apiñan ruidosamente en un dédalo de casas – muchas lindan el concepto de chabola – que dan cobijo a unas 20 personas por término medio cada una. Es un enjambre agitado, colorista, despreocupado y sucio, donde la gente no tiene pinta de ser infeliz y mucho menos miserable. Las carencias materiales (menos hambre, casi todas) no les derogan las ansias de vivir, oficio que ejercen con la sonrisa en la boca.

Guet N’Dar, como la mayoría de pueblos y poblados senegaleses, es el paraíso de las redes sociales a pesar de carecer de internet; la familia es una inmensa piña, los contactos y las conversaciones se producen en la calle, cara a cara; los amigos son auténticos (no como los de Facebook) y el grueso de la población está unida por una sólida cadena de solidaridad: el problema personal de un vecino es el problema de todo el barrio y todos ayudan a resolverlo. Nada que ver con los europeos individualistas, con buenas infraestructuras y servicios, pero a menudo angustiados, depresivos y solitarios.
Ante tal escenario emergen algunas preguntas: ¿son incompatibles progreso y felicidad? ¿Es el desasosiego y la desazón el precio a pagar por el confort y la seguridad? ¿La abundancia de pertenencias personales impide recorrer hasta el final los caminos de la solidaridad y la felicidad? Son casi tan engorrosas las preguntas como las respuestas

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