Si alguien se da un paseo por Marte y tiene la mala suerte de que sus
compañeros de navegación se largan sin él dándolo por muerto, que no se
preocupe: siempre encontrará cinta aislante, un martillo, un par de sábanas de plástico,
unas cuantas patatas, el vetusto sistema de comunicaciones de la Pathfinder y
la caja de herramientas que guardan en el taller para reparar las ventanas. Con
ello, aproximadamente en tres años volverá a estar en casa al son discotequero
de “I will survive”.
Por si fuera poco, quien encuentra el camino de retorno a la Tierra del
astronauta extraviado no es el jefe de la NASA ni el del Instituto Aeroespacial
Chino sino un físico espacial
negro, que ejerce de torpe becario con pinta de friki total. Solo él descubre el huevo de Colón, la
solución que todos tenían ante las narices pero que nadie la percibía por ser
demasiado fácil.
En eso radica precisamente la grandeza de la entretenida “Marte”, la última
peli de Ridley Scott, un tipo dado a los viajes largos con quien los más viejos
del lugar ya viajamos al espacio en “Allien” y descubrimos América con “1492”.
Matt Damon, ese chico que siempre se pierde y que ya tuvimos que rescatar
cuando era el soldado Ryan, desmonta todo el misterio científico de la épica aeroespacial con solo hacer de MacGyver. Nada que ver con los vértigos tiempo/espacio que nos causó
“Interstellar” ni el terror gótico del monstruo baboso de los dientes largos. Todo
es más simple y prosaico: la vida te va según como te la tomas. Cuando no ves
la salida y la muerte te amenaza puedes ensuciarte los calzones o arremangarte
la camisa porque hay mucho que hacer con las cuatro cosas que tienes a mano.
Suena todo muy a industria cinematográfica norteamericana y lo es. Pero ese
formato lo dominan como dios y al mediocre público en general nos gusta que nos
diviertan con emociones fáciles y aplaudimos cuando, finalmente, llega el
Séptimo de Caballería. Esa es la clave del éxito para pasar un buen rato con
una peli entretenida y de calidad.
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