Catalunya
está compuesta por muchas Catalunyas pero esencialmente por dos: la catalanista
y la diversa; la de la sardana y la de la rumba. Niño de barrio popular, la
Barceloneta, de muy pequeño descubrí con naturalidad el sentido de la convivencia
en la diversidad mucho antes de que los sociólogos lo pusieran de moda. Las
familias catalanas compartían barrio, vida y amistad con las inmigrantes,
esencialmente andaluzas y murcianas.
En la gramola del bar triunfaba Juanito
Valderrama, Pérez Prado y… Peret, el gitano de Mataró, un personaje que me
fascinaba porque representaba una Catalunya clandestina, que yo sentía muy
cercana pero que no era la oficial, la que salía en los diarios y en la tele.
Al igual que
Serafín Martín, el torero catalán que hacía el paseíllo con una senyera, Peret proyectó
al mundo la otra Catalunya, la mía, más de la “rauxa” que del “seny”, la no
baila sardanas sino rumba sin ser por ello menos catalanista.
Siempre le estaré
agradecido porque, junto a cientos de miles de catalanes, me situó en el mapa y
me dio visibilidad. Su aportación a la cohesión social ha sido mucho más
efectiva que la de linajudos catalanistas y cultos burgueses de los barrios
altos de la ciudad. Peret forever.
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