Después de
las primeras temporadas de “True Detectives”, cualquier prevención es poca ante
una nueva serie de polis; cuesta creer que superará el listón. Pero
“The Killing”, al menos en su versión USA, lo salta con autoridad.
Y no lo
consigue por la trama. Basta con decir que un subtítulo de promoción es “Quién
mató a Rosie Larsen”, patético remake del “Quién mató a Laura Palmer” (una
quinceañera que hoy será cuarentona), del maestro David Linch en “Tween Peaks”
(1990). Un serial killer de
jovencitas impresiona menos que un recital de Paquirrín.
Lo consigue gracias
una la pareja de policías sobre la cual pivota todo el interés de la
serie, no tanto por lo que averiguan sino porque, cada uno en su género, está
bien zumbado.
La poli es
Sara Linder (Mireille Enos), la pelirroja robótica que sería perfecta para ser estudiada un Congreso
Internacional de Autismo. Diez en intuición y dedución policial, pero cero en
expresión y gestión de emociones y sentimientos. La clavas una aguja y sale de
todo menos sangre. Un personaje salido del mismo horno en el que se coció a la
detective Sonya Cross (Diane Kruger) en “The Bridge”.
El poli es
Stephen Holder (Joel Kinnaman), un niño grandullón blancuzco, barbilampiño, descarado,
parlanchín y pendenciero. Está doctorado en el lenguaje de chulo callejero, habilidad
que completa con un violento viaje de la mano que, por menos de nada, impaca en el cogote de su interlocutor. En
realidad es un ex yonki que lo acaba de dejar.
Son día y noche,
blanco y negro, ying y yang, agua y aceite. Pero ambos sufren un oculto
denominador común: son niños abandonados criados en la selva de los hogares de
acogida. El interés de la pareja radica en sus habilidades psicológicas para
detectar e interpretar los demonios de los demás y su nula capacidad para
dominar los propios.
Por lo demás
es una producción impecable, con interrogatorios contados con planos secuencia
circulares, con intrigantes planos que solo se comprenden veinte minutos
después y un montaje de expresiones con el que se podría hacer una película
muda. A no perderse el capítulo dedicado por entero a los últimos días de un
recluso en el corredor de la muerte; está a la altura de “A sangre fría” y
demás obras maestras del género.
En
definitiva, una buena serie sostenida por una pareja de polis por quienes
acabas sintiendo ternura porque son capaces de descerrajar tiros a los sesos de
cualquiera sin registrar el menor aumento de tensión sanguínea pero sufren como
torturados cuando se ven obligados a decir “te quiero” a quien quieren con
locura.