En un raid
televisivo sorpresa, Pedro Sánchez culmina su semana grande, mucho más grande y
decisiva que la de las primarias. Con un regusto moderno del Kennedy de 1960, exhibe dominio del
medio y deja patente que, si solo se trata de quedar bien en las TVs, puede
hacerlo mejor que el que más. Ante tal demostración de fuerza, su principal contrincante, hasta ahora campeón
de la pantalla, cae fulminado por un berrinche mientras farfulla no sé qué de
un debate.
En un tono
conciso, claro y humilde, pero orgulloso de su partido, hace que caiga el deseado
maná sobre la familia socialista: reconocimiento de errores como el indulto a
banqueros, cierre de puertas giratorias en la política, laicismo republicano... y hasta se
permite subir al desván los antiguos y valiosos jarrones chinos socialistas que de vez en cuando dan
un disgusto cuando se depositan en la sala de visitas.
Si sigue manejando
el medio televisivo (donde se concentran sus hipotéticos votantes, en
proporción mayor que en las redes sociales) con similar soltura, esa semana habrá
marcado un punto de inflexión en la situación política. Con gran disgusto de
sus contrincantes, a uno y otro lado.
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