Las elecciones locales
italianas han dejado a los grillistas del M5S en menos de la mitad de los votos
que obtuvieron hace unos meses. Es fácil adivinar el porqué. El aislacionismo
político, junto con la eclosión de divergencias en sus propias filas, han
dinamitado lo que se presentó como única alternativa salvadora y regeneradora.
El mesianismo y la
vanidad nunca son buenos compañeros de viaje. La historia ofrece referencias. La
participación política de los Verdes en los últimos años del siglo XX se tradujo
en dos posturas antagónicas: la de los alemanes, que se aliaron con la
socialdemocracia, y la de los franceses, que nunca aceptaron pactos con otras
fuerzas. Los primeros gobernaron dos legislaturas y aún están en el candelero;
de los franceses nunca más hubo noticias.
La política necesita
savia nueva y la izquierda, en su amplio conjunto, debe reinventarse si quiere
gobernar. Los movimientos sociales generados en el siglo XXI aportan valiosos
argumentos a ese proceso pero, si se autoproclaman como los únicos y exclusivos
valedores de la pureza ideológica y estratégica, y desprecian con soberbia el
inmenso caudal de la experiencia socialdemócrata, se convierten en un efímero decorado
vistoso y simpático pero inútil. A tomar nota. El votante no es del todo tonto.
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