Se derrumba
uno de los grandes mitos de los españoles: la esperanza de vida. Por primera
vez en 50 años, la tendencia a la prolongación se invierte. Después de los datos de 2011, los
hombres vivimos 78,87 años y las
mujeres 84,82. Eso significa ocho
centésimas menos que el pasado año.
Nadie tiene
ni idea de las causas, pero el dato ha caído como un jarro de agua fría sobre
los demógrafos. Prácticamente desde los años 60 del siglo pasado, cada cuatro
años los españoles hemos aumentado un año nuestra esperanza de vida. Pues se
acabó. Muchos sociólogos consideraban el alargamiento de nuestras existencias
terrenales como el acontecimiento de más influencia social en el último siglo,
de mucho más impacto que las comunicaciones, la informática y los avances
espaciales.
Que eso
ocurra el año de mayor crisis económica tiene su gracia. Las tentaciones
interpretativas son inmensas. De gobernar ZP todo estaría claro.
Roto el
horizonte de la esperanza de vida, solo nos queda refugiarnos en el castizo
“que nos quiten lo bailao”. Y sin demasiada convicción porque, tal como van las
cosas, igual nos lo quitan.
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